
Un Viaje a través de las Maravillas Antiguas y Modernas
Desde las arenas del desierto hasta las cumbres andinas, la historia de la humanidad se ha consolidado por medio de los monumentos que desafían el paso del tiempo, edificaciones que alguna vez maravillaron y que, aún en ruinas, nos cuentan secretos de civilizaciones pasadas, una huella de nuestros orígenes, según reseña Viajebeagle.
De las grandes maravillas del mundo antiguo, solo una, la Gran Pirámide de Giza, fundada por el faraón Keops hace más de cuatro milenios y medio, se posiciona contra el horizonte, un testimonio de la ambición y la ingeniería de un imperio ancestral. Con sus 146 metros de altura, la Gran Pirámide no solo era una tumba, sino un símbolo de poder y una obra arquitectónica que ha contemplado el ascenso y la caída de diferentes generaciones.
Viajando en el tiempo, nos encontramos con los Jardines Colgantes de Babilonia, considerado una maravilla del siglo VI a.C. es lo que hoy conocemos como Irak. Aunque la realidad de su «colgamiento» es debatida por los expertos, quienes aseguran que podrían haber sido terrazas escalonadas repletas de vegetación, la imagen que genera es la de un “oasis verde” en medio del paisaje mesopotámico.
El Templo de Artemisa, actualmente Turquía, es una obra arquitectónica construida entre el 575 y el 560 a.C., dedicada a la diosa de la caza. Sin embargo, fue consumida por las llamas en el 350 a.C. por la acción de Eróstrato, en un ataque de deliberada destrucción.
En Olimpia Grecia, se consolida la Estatua de Zeus, una obra de mármol, marfil y oro que personificaba al rey de los dioses. La leyenda cuenta un episodio curioso, el emperador romano Calígula, en su delirio de grandeza, planeó reemplazar la cabeza de la estatua con la suya, pero una risa detuvo la obra, este sonido se atribuyó al propio Zeus.
En Halicarnaso, la tomó la forma del Mausoleo, un monumento funerario creado alrededor del 350 a.C. en honor a Mausolo. Aunque un terremoto lo derribó en 1404, fragmentos de su obra aún se conservan en el Museo Británico, permitiéndonos conocer su antigua gloria.
El Coliseo de Roma, construido entre el 72 y el 80 d.C., es conocido como un anfiteatro eterno, donde resonaban los ecos de los gladiadores y los espectáculos que alguna vez congregaron a multitudes. Su imponente estructura ha resistido durante siglos, convirtiéndose actualmente en un centro turístico.
La isla de Rodas, en Grecia, fue en su día el hogar de otra maravilla, una estatua de bronce dedicada al dios Helios, el dios del sol. Construida alrededor del 292 a.C., esta figura, cuyo tamaño se estima similar al de la moderna Estatua de la Libertad, se consolida como un símbolo del poder y la prosperidad de la ciudad. Sin embargo, un terremoto en el 226 a.C. la derribó, marcando el fin de su breve, pero impresionante existencia.
Por su parte, en la antigua Alejandría, donde se construyó el legendario Faro, alrededor del 285 a.C. en una isla adyacente a la ciudad, esta torre no solo era una obra arquitectónica, sino también una guía para los navegantes, cuya luz se dice que podía verse a una distancia de 50 kilómetros. Durante siglos, fue un sistema de seguridad en el Mediterráneo, facilitando el comercio y la exploración. Sin embargo, al igual que otras estructuras de la antigüedad, sufrió daños irreparables por una serie de terremotos en los años 1303 y 1323.
Una nueva historia
Saltando hacia el Nuevo Mundo, descubrimos Machu Picchu en Perú, una “ciudadela incaica” cuyas ruinas, que datan de antes del siglo XV, se sujetan a las escarpadas laderas de los Andes. Su misteriosa conexión con una civilización ancestral perdida la convierte en un lugar turístico.
A lo largo de su historia, Petra ha sido habitada por diversos pueblos, cada uno dejando su huella en este territorio. Su cercania a las placas tectónicas lo convirtió en una zona vulnerable a los terremotos, que han dejado cicatrices en sus construcciones excavadas directamente en la roca arenisca. Esta ciudad esculpida en piedra, con tonalidades rojizas la convirtieron en la «Ciudad Rosa», la cual nos transporta a un pasado misterioso que nos narra la habilidad de sus civilizaciones para crear maravillas en armonía con su entorno natural.
Por otra parte, Chichén Itzá construida entre los siglos IX y XII d.C., se consolida como un ejemplo de la sofisticación de la cultura maya. Su huella arqueológica, desde la pirámide de Kukulkán hasta el observatorio El Caracol, destaca desde la astronomía y la cosmología.
En un contraste moderno, la estatua del Cristo Redentor en Río de Janeiro, inaugurada en 1931, tiene 38 metros de altura y es considerado un símbolo de fe y esperanza, que abraza la ciudad brasileña desde la cima del Corcovado.
Ahora viajamos a Agra, India, donde se encuentra el Taj Mahal, un monumento cuyos detalles arquitectónicos fueron construidos por el emperador Shah Jahan en tributo a su esposa favorita, quien falleció en el parto. Este mausoleo es mucho más que una edificación, es una declaración de amor petrificada en el tiempo.
Finalmente, la Gran Muralla China, cuya construcción comenzó en el siglo V a.C., serpentea a lo largo de 21.200 kilómetros, aunque solo una parte de su estructura original, alrededor del 30%, se conserva en la actualidad.
Cada una de estas maravillas, las antiguas y modernas, nos cuenta una historia sobre la capacidad humana para crear y para desafiar los límites de la ingeniería de la manera más creativa. Desde la durabilidad de la Gran Pirámide hasta la majestuosidad del Cristo Redentor, estas obras son más que estructuras de piedra o metal, son huellas del tiempo que nos permiten conocer el pasado, comprender el presente y pensar sobre el legado que dejaremos para el futuro.