
La era imperial Romana
Roma, conocida como la eterna ciudad que comenzó como un pequeño espacio en la península itálica, se consolidó hasta convertirse en una de las civilizaciones más influyentes de la historia de la humanidad. Su historia, que se extiende por gran parte de Europa, el norte de África y el Cercano Oriente, aún influye en la actualidad, moldeando el derecho, la lengua, la arquitectura y la organización social de algunas naciones. Asimismo, la etapa imperial de Roma comprende un período desde el 27 a.C. hasta el 476 d.C. en su declive occidental, y prolongandose hasta 1453 d.C. con el Imperio Bizantino en Oriente.
Durante su consolidación, el Imperio Romano destacó su dominio sobre el Mar Mediterráneo, transformándolo en un «Mare Nostrum» (nuestro mar), un medio comercial. La gobernanza del Imperio con un emperador que concentraba un poder integral, controlaba la política, comandaba los ejércitos y ejercía una influencia significativa en los asuntos religiosos.
La historia del Imperio Occidental, entre el 27 a.C. y el 476 d.C., se divide en el Alto Imperio, el cual estaba conformado por un gobierno de cuatro grandes dinastías que sentaron las bases de su grandeza, y el Bajo Imperio, marcado por una mayor inestabilidad y las presiones externas.
La sociedad romana
Se destacaban por una distinción entre los patricios, la aristocracia terrateniente y las familias fundadoras de Roma, y los plebeyos, la mayoría de la población compuesta por agricultores, artesanos y comerciantes. Sin embargo, con el tiempo, la riqueza personal se consolidó como un factor cada vez más determinante para alcanzar mayor influencia en el territorio.
La vida en las ciudades romanas estaba centrada en el comercio, la administración pública y la vida social. Por su parte, los foros, templos y teatros eran los epicentros de la actividad, demostrando la sofisticación de la época. Sin embargo, la gran mayoría de la población romana vivía en áreas rurales, dedicándose a la agricultura y el cultivo de sus tierras, la base económica del imperio.
Un legado que influye en el futuro
El Imperio Romano aportó en la innovación convirtiéndose en un motor de progreso que sentó las bases para el desarrollo de la civilización occidental. Entre sus logros más destacados encontramos los trabajos en ingeniería y obra, dónde desarrollaron un sistema de carreteras que conectaba algunas extensiones del Imperio, facilitando el movimiento del comercio y la comunicación. Sus acueductos abastecían de agua limpia a las ciudades, y su dominio del hormigón les permitió construir estructuras como el Panteón y el Coliseo, muchas de las cuales se mantienen en la actualidad.
Pero esto no es todo, los romanos influyeron en la estructura de los calendarios y el lenguaje. El calendario juliano, establecido por Julio César, fue un avance en la medición del tiempo y formó la base del almanaque gregoriano que usamos actualmente. Asimismo, el latín, la lengua de Roma, evolucionó y dio origen a las lenguas romances modernas, como el español, el francés, el italiano, el portugués y el rumano.
El Imperio Romano, a pesar de su declive y caída en Occidente, dejó un legado cultural, político y tecnológico que influyó durante décadas. Su legado perdura en las ruinas que pintan el paisaje europeo, mientras nos cuenta como Roma no solo construyó un imperio, sino edificó la base de gran parte del mundo en que vivimos actualmente.